Portada de Lofoten

El paisaje invernal más bello que jamás he visto. Una postal continua de hielo, nieve y agua entre tonos azulados y blanquecinos. Parecía difícil superar las escenas de Tromso, pero en Lofoten todo parece sacado de un cuento, de un libro de recuerdos o uno de postales. Incluso cuando despiertas y miras por la ventana como una fuerte tormenta de nieve puede complicarte el día. Sin embargo, te relajas y te dedicas a observar los enormes copos de nieve inundar la terraza, cubrir por completo tu coche y convertir un precioso día en uno apasionante.

Y dicen que si es bonito en invierno, no hay que perdérselas en verano convirtiéndose en un paraíso para los amantes del senderismo y la montaña.

Conduciendo por la E10 de las Lofoten

Conduciendo por la E10 de las Lofoten

Panorámica de un paisaje de las Lofoten

Panorámica de un paisaje de las Lofoten

La primera gran experiencia en Lofoten es conducir por sus nevadas carreteras, impecables siempre por el continuo paso de las máquinas quitanieves, pero donde sus paisajes te van dejando la sensación de querer parar a cada instante. Desde Nueva Zelanda no recordaba esa sensación de sentirte abrumado por tanta belleza. Y es que el norte de Noruega, es una fuente constante de sorpresas. Así fuimos descubriendo las distintas zonas de las islas, innovando en las rutas y dejándonos llevar por el encanto de los lugares.

Lo primero que vimos fueron los secaderos de bacalao, que nos sorprendieron por sus dimensiones, su intenso olor y por poder caminar por debajo de cientos de ellos. Esa primera escena costumbrista nos dejó junto a un bonito embarcadero y un enorme lago helado. Fue nuestro primer contacto con la naturaleza pura de Lofoten.

Un secadero de bacalao en las Lofoten

Un secadero de bacalao en las Lofoten

El primer lago helado que encontramos

El primer lago helado que encontramos

Tras un primer día de larga ruta en coche, llegó el momento de hacer una pequeña caminata entre sus montañas. Elegimos la zona de Fredvang, por donde habíamos pasado el día anterior y que nos había dejado impactados, aunque una fuerte tormenta nos indicó que mejor lo intentáramos otro día. Así lo hicimos a la mañana siguiente, aunque el problema fue que no encontramos el camino adecuado y acabamos subiendo por más de medio metro de nieve sin poder avanzar demasiado, pero dejándonos una de las escenas más bellas y divertidas de todo el viaje.

Panorámica de Fredvang en las Lofoten

Panorámica de Fredvang en las Lofoten

El equipo tras completar la mitad del ascenso a Fredvang

El equipo tras completar la mitad del ascenso a Fredvang

Un cuadro invernal que mezclaba a partes iguales nubes, nieve, un lago, montañas y amigos. Quizás fue el momento más emocionante, aunque Papá Wonder tuviera que abandonar al inicio de la ruta porque metió el pie donde no debía…

Y si hay un sitio del que todo el mundo habla en Lofoten es de Reine. La joya de la corona. Un pequeño pueblo con cientos de casitas a los pies del lago Gravdalsbukta. No pudimos pasear por sus calles porque nos encontramos una terrible ventisca, pero sí que pudimos disfrutar de su gastronomía y esperar hasta que el clima dio una tregua dejándonos observar la belleza de sus paisajes. Nunca una localización fue tan estratégica. La espera entre frío y nieve había merecido la pena e incluso sus montañas se dejaron ver unos minutos dejándonos ver Reine en todo su esplendor.

En Reine recogimos a Lili, una americana simpática y encantadora, que viajaba sola y que estuvo con nosotros hasta la noche.

Una postal desde Reine

La clásica postal de Reine

Detalle de las casitas de Reine

Detalle de las casitas de Reine

Surfeando en las Lofoten

Surfeando en las Lofoten

De regreso de Reine encontramos la escena más impactante del viaje: unos surferos buscando olas en una playa helada y nevada. Ellos estaban con total normalidad practicando su deporte favorito, mientras que decenas de curiosos nos paramos a disfrutar de su valentía bajo un intenso frío.

La mezcla de hielo, agua, nieve y montañas es algo de lo que no te cansas de ver en Lofoten, porque, prácticamente, cada paisaje supera al anterior. Para muestra la postal que encontramos junto al camping de Brustranda (Brustranda Sjøcamping), con sus pequeñas casitas en el lago.

Contemplando el lago Brustranda

Contemplando el lago Brustranda

Para el final dejamos Henningsvær, otro coqueto pueblo pesquero, que nos recomendó una señora por la calle tras dejar a Lili en su alojamiento. Nos indicó que es muy famoso por su puerto y por los secaderos de bacalao, así que hasta allí nos dirigimos. Y sí, nos encantó. Aparcamos y caminamos por sus nevadas calles, observamos cómo trabajaban con los bacalaos, vimos su puerto en funcionamiento y contemplamos las últimas escenas del viaje.

El puerto de Henningsvær

El puerto de Henningsvær

Detalle de los bacalaos secando

Detalle de los bacalaos secando en Henningsvær

Las islas Lofoten nos maravillaron, incluso sin conseguir nuestro principal objetivo del viaje: volver a ver las Auroras Boreales, pero esta vez ni el clima ni las tormentas solares se alinearon para dejarnos verlas bailar en el cielo. Finalmente eso quedó como una anécdota de unos días que permanecerán en nuestro recuerdo para siempre y es que hasta la casa resultó fabulosa, enclavada en mitad de ninguna parte, pero con todas las comodidades.

Y mientras que nevaba, me sentaba tras esos amplios ventanales viendo la vida pasar, sin personas, tan sólo disfrutando la grandeza de la naturaleza invernal. Las Lofoten nos deben unas Auroras Boreales y espero que pronto pueda saldar esa deuda.

El grupo de las Lofoten

El grupo de las Lofoten despidiéndonos de nuestra casa

Regresando a casa tras visitar Reine

Regresando a casa tras visitar Reine