Callejones en Pekín

Qué bonito cuando los viajes te hacen aprender, incluso te hacen recordar constantemente a tus seres queridos, por momentos, por escenas, por detalles. Así me sentí en mis últimos días en Pekín, viviendo más de una semana entre sus callejuelas de la parte antigua.

Cada día recorría sus calles, veía su estilo de vida, muy tradicional, anclado en el tiempo, y me venía la misma imagen a la cabeza. Mi abuela María podía ser cualquiera de esas mujeres mayores que se sentaban en una pequeña silla a ver la vida pasar delante de su comercio… pero cambiando una pequeña calle de Pekín por una sencilla calle de Málaga, la calle Marcos Gómez.

La calle Marcos Gómez a día de hoy

La calle Marcos Gómez a día de hoy

Mi abuela fue una precursora, una avanzada a su tiempo y no sabía muy bien de dónde podían haberle surgido tantas ideas, pero ahora lo tengo claro. Mi abuela era china. Por eso tenía un kiosco donde vendía de todo, mucho antes que aparecerían las tiendas de chinos, porque ella era la que tenía ese tipo de tienda. Nunca hubo un chino que le hiciera competencia, hubiera sido desleal.

El modelo de comercio es el mismo que hay en Pekín. Pocos metros de establecimiento donde tienen cabida todo tipo de artículos, desde cerveza a detergente pasando por tabaco o patatas fritas. Y lo que mi abuela inventó… si alguien pide algo y no lo tienes, al momento se compraba y pasaba a la lista de disponibles.

La calle Marcos Gómez de Pekín

La calle Marcos Gómez de Pekín

La otra cosa en común es que la tienda hace de casa y de centro social, por lo que se duerme allí y el comercio pasa a ser casi de 24 horas. Si hay clientes, hay posible ventas. No se cierra, se deja entreabierto. Además, todas las personas del barrio iban al kiosco, más bien a la casa, como centro social, bien a charlar, a tomarse una cerveza o a compar algo antes de volver con su familia. Y si hacía frío, se hacía un brasero en la calle para calentarse, fue emocionante ver restos de brasero en las calles de Pekín.

Tan sólo de madrugada, se dejaba la persiana cerrada para conciliar unas pocas horas de sueño escuchando el boletín de Radio Nacional (China o España). En Pekín, el funcionamiento era igual, los días que madrugaba allí estaban abiertos y los días que trasnochaba (los menos), también seguían con la familia dando conversación en la puerta.

Lo más bonito de todo es que en esas calles hay muchos niños que ayudan a sus madres y abuelas en el comercio, juegan en las calles y te saludan cada vez que pasas. En el caso de mi abuela, ese niño era yo.

Crecí, dormí, aprendí y jugué casi toda mi infancia con la referencia del kiosco de María, esa era mi casa.

Mi calle en Pekín durante una semana

Mi calle en Pekín durante una semana

Ha sido emocionante ver decenas de kioscos de María en Pekín, porque en España ya no están, ahora son negocios puramente «chinos», pero lo que ellos no saben que son lo que son gracias a que ella inventó el sistema, como tantas otras cosas…

Y mi abuelo Ramón era un hombre de mundo… aunque para ello no tuviera que hacer ninguna vuelta al mundo ni viajar a muchos países. Una persona brillante como pocas, una referencia para toda la familia y, quizás, el motivo de que me dedique, humildemente, a la escritura.

¿Y dónde lo he encontrado referenciado en China? Pues en todos los lugares, porque las personas mayores hacen gimnasia en la calle, como él; son inquietas y curiosas, cómo él, pero sobre todo se desviven por sus nietos y por las personas que quieren.

Lo buscamos a traves de «Las huellas de la memoria» por Marruecos, pero podríamos haberlo hecho recorriendo toda la geografía española, porque fueron más de 80 años de interesante vida, participando en una guerra civil, formando una familia, siendo un excelente trabajador, un funcionario del estado y viviendo entre España y Marruecos.

Mi abuelo sigue estando muy presente en mi vida, principalmente a través del regalo que me hizo hace ya 28 años.

En el verano de 1987, teniendo yo la edad de 5 años, mi abuelo, viendo mi capacidad para leer y comprender a tan temprana edad, decidió regalarme un libro. Uno especial, que fuera diferente, y lo consiguió. Me regaló un libro de adultos para niños. El libro en cuestión: ‘Fábulas de Esopo’. Lo sigo leyendo todos los años y llevo varios días pensando que será de las primera cosas que haga a mi vuelta.

Fabulas de Esopo

Fabulas de Esopo

Tras más de 10 meses de viaje quería hacerles un homenaje a dos personas claves en mi vida, que me formaron, me enseñaron y me hicieron ser parte de lo que soy. Seguramente, María hubiera puesto el grito en el cielo por este viaje y mi abuelo Ramón, me hubiera animado a hacerlo, pero así eran ellos: únicos, especiales e inolvidables.

Termino este recuerdo a mis abuelos viajeros con la moraleja de una de mis fábulas preferidas: la zorra y el leñador.

No pregones en palabras tus virtudes si tus hechos demuestran lo contrario.

P.D. Mi abuela María era por parte de mi madre y mi abuelo Ramón por parte de mi padre.