La historia más bonita del último viaje por Asia. Indonesia nos había recibido con su característica amabilidad y nos sentíamos de maravilla, pero fue alquilar el coche en Lombok y sentir la verdadera libertad, encontramos otra Indonesia, mejor aún, y las historias de vida que tanto me gustan.
Tras pasar la noche anterior en Tetebatu junto a Manbul y su familia (otra historia para contar), nos dirigimos hacia Senaru, donde haríamos noche para disfrutar de sus cercanas cascadas y valorar si afrontaríamos la subida al monte Rinjani, cosa que finalmente descartamos por su exigencia.
El trayecto fue precioso, unas 3 horas de recorrido para 80 kilómetros, cruzando toda la zona del Rinjani y pasando por una carretera de montaña realmente exigente para nuestro pequeño coche, no digamos para las centenares de motos que iban hacia allá. Fueron muchas (y algunos coches) los que tuvieron que desalojar pasajeros para terminar las infinitas cuestas. A mitad del recorrido paramos en un mirador que nos dejó impresionados. ¡Cuánta belleza en un paisaje!
Imaginad la pendiente de la carretera, que al parar, un señor nos tuvo que poner una piedra en las ruedas del coche para que no se deslizara por la carretera.
Y llegamos a Senaru, sin alojamiento, pero con alguna referencia que había encontrado por internet. Nos dirigimos al primer lugar de mi lista, Anak Rinjani Guest House, y allí conocimos a Andi. Nos explicó las habitaciones disponibles, las vimos y nos gustó. Acordamos el precio y decidimos quedarnos. Todo sencillo y rápido. Y ahí empezó la historia de hoy.
Anak, significa niñez en indonesio. Así hacen referencia a que el alojamiento lo crearon desde la nada hasta verlo crecer.
Comenzamos a hablar con Andi. Nos preguntó de dónde veníamos, cuánto llevábamos en Indonesia. Las clásicas preguntas de reconocimiento. Y nos ofreció un té fresquito que aceptamos encantados. Entonces le pregunté por los planes a hacer por la zona y nos explicó, con todo lujo de detalles y mostrándonos un mapa, las opciones disponibles, dónde comer, cómo evitar las zonas de pago, el tiempo que invertiríamos, etc. Ya teníamos claro el plan del día: comeríamos en el restaurante recomendado e iríamos luego a conocer las 2 cascadas de la zona: Tiu Kelep y Sendang Gile.
Antes de irnos a recoger el equipaje, que seguía en el coche, le comenté que tenía un inglés muy bueno y que era muy joven para regentar el alojamiento. Me respondió que su padre era el director del colegio de la zona y que se había esforzado mucho en educarlos lo mejor posible y enseñarles un buen inglés. Posteriormente, vieron la oportunidad de montar un negocio familiar (ellos viven allí) y ofrecer alojamiento a viajeros. Y así lo hacen desde hace un año con tremendo éxito.
Seguimos hablando y me preguntó por otros viajes que había hecho, cosas de España, etc. hasta que llegó el momento estrella, nos dijo: “yo tengo un sueño y es ver la nieve”. Reconozco que me quedé impresionado, no me lo esperaba. Y siguió hablando: “he calculado que si sigo trabajando duro durante los próximos 20 años conseguiré que mi hermano y yo vayamos a conocerla”. Y empezó a preguntarnos que si conocíamos la nieve, cómo era, qué se siente al tocarla, qué si tiene olor, cómo es la sensación de estar allí… no sabía bien que responder. Son esas experiencias que para ti son comunes y alguien las ve tan lejanas, como el sueño de su vida, pero a 20 años vista. Impresionante.
Le conté dónde había estado con nieve, lo bellos que son esos paisajes y que en España tenemos muchos lugares nevados en invierno. Incluso, le quise enseñar fotos de mi último viaje a Noruega, pero me dijo que él ya la había visto miles de veces en imágenes, que quería tocarla, verla por él mismo, aunque fuera en la pista de despegue de un aeropuerto. Quería saber qué se sentía al tocar la nieve y no supe explicárselo. Los pequeños detalles.
Y nos fuimos a comer con la historia en la cabeza. Disfrutamos de la vista del restaurante, cogimos el atajo para ir a las cascadas, caminamos hasta Sendang Gile y nos gustó, pero seguimos andando entre rocas (y cruzando un río descalzos) hasta Tiu Kelep, donde quedamos maravillados. Desde que habíamos salido de Lombok en coche, todo lo que nos pasaba iba superando a lo anterior.
Al llegar a las cascadas vimos como decenas de indonesios se estaban bañando y disfrutando del agua congelada de las cascadas. Fue una delicia verlos tan felices.
Teníamos una tremenda sensación de disfrutar en libertad, sin depender de nada ni de nadie.
Regresamos a casa de Andi y le contamos lo bien que nos había ido gracias a sus recomendaciones, así que decidimos quedarnos a cenar allí, charlamos otro buen rato y nos retiramos a descansar. A la mañana siguiente, tocaba marchar, pero antes nos dieron para desayunar un rico pancake de plátano (lo clásico en Indonesia) con un té. Nos despedimos deseando volver a vernos pronto y es que a esos lugares hay que regresar antes de que pierdan su magia.
Y volví a pensar en él, en la historia de la nieve, en lo que iba a trabajar y en el humilde granito de arena que habíamos puesto para que tanto él como su hermano pudieran ver los copos blancos en un paisaje. Quizás no en 20 años, sino muy pronto. Ojala sea así.