El símbolo de una ciudad, así puede denominarse una de las construcciones más recientes de Innsbruck. Un elemento que identifica, que aporta valor significativo a la ciudad, que te contempla. Así es Bergisel, el magnífico trampolín de saltos de esquí que preside Innsbruck.
En realidad, Bergisel es el nombre de la colina de 746 metros que se eleva sobre el sur de la ciudad y que alberga el trampolín, que adoptó su nombre. Tiene una gran curiosidad, ya que el cementerio de la ciudad está justo a los pies del trampolín, siendo la primera visión para los saltadores. Casualidad o no, la escena impresiona: el bello paisaje de fondo y el cementerio a tus pies.
El trampolín de saltos de Bergisel tuvo sus inicios en 1952 cuando Innsbruck fue seleccionada como una de las 4 sedes del famoso torneo de los 4 trampolines. Años más tarde con la elección de Innsbruck como sede del los JJ.OO. de Invierno de 1964 fue necesario construir un trampolín de saltos acorde a la importancia del evento y así nació el primer Bergisel, que fue utilizado durante años siendo una referencia mundial. Sin embargo, el paso de los años empezó a pasarle factura y se hizo necesaria una remodelación absoluta. Fue cuando nació el Bergisel que ahora conocemos.
La elección del nuevo diseño para el Bergisel no fue sencilla y fueron muchos los estudios que optaron a construirlo. Finalmente, en 2003, la prestigiosa arquitecta iraquí Zaha Hadid fue la ganadora y construyó un remodelado trampolín, acorde a los nuevos tiempos y tecnologías. Aprovechando esas obras, de carácter meramente deportivo, fue cuando Bergisel tomó su actual aspecto, ofreciendo los servicios de valor añadido, un mirador y un restaurante, que lo hacen un punto de obligada visita a la ciudad, ya que desde él se obtienen las mejores vistas de Innsbruck. Y aunque pudiéramos pensar que es sólo una construcción pensada para aficionados a los deportes de invierno, el verdadero valor del Bergisel está en eso, en ser algo más que un trampolín de saltos de esquí.
Para subir a Bergisel podemos hacerlo en transporte público desde el centro de Innsbruck o bien en coche, como fue nuestro caso. Está perfectamente indicado y tan sólo hay que seguir las señales. Hay un parking (2.40 €) donde dejar el coche y luego sólo hay que caminar 5 minutos para llegar a las taquillas.
No hay que negarlo, el precio de la entrada a Bergisel no es barato, 9 €, pero os aseguro que es un dinero bien invertido. Las vistas que ofrece, sobre todo con las montañas nevadas, es una estampa que nunca olvidaréis. En su página oficial, encontraréis toda esta información actualizada.
Tras pasar el torno de entrada es el momento de coger el ascensor, casi funicular, que nos llevará hasta el mirador y el restaurante. En ese trayecto comienzas a ver las vistas de la ciudad, piensas en cómo será verlo todo desde más arriba, porque ya desde ahí merece la pena. Apenas 30 segundos después llegas a los pies del mirador, para el cual tienes que tomar otro ascensor que te lleva hasta el último piso.
El mirador del Bergisel es uno de los más bonitos que he visto nunca. Se puede recorrer en su totalidad, 360º, pudiendo obtener vistas de todos los puntos de la ciudad, pero sin duda lo que más llama la atención es las vistas hacia el centro de Innsbruck. Las montañas parecen pintadas en el paisaje y los reflejos de la nieve parecen luces, mires a donde mires, la estampa te impresiona. Pudimos estar fácilmente 45 minutos disfrutando del paisaje, haciendo fotos o simplemente parándote a disfrutar de lo privilegiado que eras por estar allí.
Coincidiendo con la caída del Sol y de la tarde, llegó el momento de dejar Bergisel. De nuevo, los 2 ascensores, las últimas fotos, el torno, el coche y camino de casa… pero con un recuerdo en nuestras cabezas, habíamos contemplado y formado parte de un paisaje de cuento, en un lugar inolvidable, Bergisel, que ha sabido reinventarse para ser uno de los puntos imprescindibles y de referencia en una visita a Innsbruck.