130 km. Esa es la distancia que separa Innsbruck de su maravilla más cercana: el Castillo de Neuschwanstein. Una distancia perfecta para recorrer en coche en un día y si además la ruta es entre altas montañas nevadas, con paisajes de cuento a ambos lados, buena música y excelente compañía, el camino se hace aún más corto. Precisamente, ese fue nuestro plan para el 31 de Diciembre de 2012. No se me ocurre ninguno mejor y más aún con un precioso día soleado acompañándonos.

Tras salir de Innsbruck por la autopista, apenas 30 km. después aparece el desvío que nos llevará hasta Füssen, localidad más cercana a la maravilla. Una sinuosa carretera de dos carriles y doble sentido, que te hace sentir constantemente en un cuento, en un precioso cuento nevado con enormes árboles y bellas montañas flanqueando tus avances. 

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En los primeros kilómetros por esa carretera, entre curva y curva, comienzas a darte cuenta que estás entrando en un sitio especial, empiezas a hacer fotos a lo que consideras un paisaje privilegiado, pero no se tarda en reaccionar, ¿por qué hacer fotos en movimiento? La mejor elección es parar a contemplar y disfrutar todo aquello, es una postal se mire hacia donde se mire. Un lugar perfecto para hacer panorámicas, posados, paisajes e incluso para saltar. Así lo hicimos y fueron 15 minutos estupendos, respirando aire fresco y contemplando la naturaleza en estado puro (incluida la nieve fresca de la noche anterior).

Paisaje nevado del Tirol austríaco

El paisaje estaba tan nevado, que empezamos a estar convencidos de la posibilidad real de ver el Castillo nevado, sin embargo, tras otros 25 kilómetros de paisajes nevados, llegamos a la frontera con Alemania, donde la nieve empezaba a desaparecer, tanto que a la salida del largo  túnel que delimita la antigua frontera física, no había apenas rastro de nieve. Era un bonito y soleado día de invierno, pero encontraríamos el Castillo sin nieve.

Tras hacer una breve parada logística en Füssen, llegaba el momento de disfrutar de la maravilla. Con el coche aparcado, nos dimos cuenta que los Castillos estaban cerrados en su interior para la visita. Noticia que no supuso contratiempo alguno, porque ya íbamos con la idea de ver sólo su exterior, subir caminando y disfrutar de las vistas desde el Marienbrucke.

Como había sucedido en mi anterior visita, el lugar no deja indiferente a nadie, es más te deja en un continuo “cómo se pudo construir este castillo aquí”. Decidimos subir caminando hasta Neuschwanstein, porque es parte del encanto de la visita, aunque los coches de caballo seguían operativos y debe ser también una bonita forma de subir, aunque quizás más orientada a otro público. Eso sí, la estampa es preciosa.

Llegando a Neuschwanstein

Llegando a Neuschwanstein

Conforme te vas acercando al castillo, no puedes dejar de mirar hacia arriba, porque te vas acercando y cada metro que caminas lo hace más impresionante. Ya en el descansillo previo a la entrada principal tienes unas vistas privilegiadas y todavía queda lo mejor. Caminando 500 metros te sitúas ante la puerta principal, donde están los tornos de acceso, sin embargo, hoy la puerta está cerrada a cal y canto y algún atisbo de nieve se ve entre las montañas.

Fachada principal de Neuschwanstein

Es el momento de encaminarnos hacia los puntos de estrella de la visita: el mirador del lado opuesto y el puente de María (Marienbrucke). Desde el mirador, contemplas el perfil trasero del castillo y mirando hacia el otro lado, todo el paisaje de la ruta romántica y el otro castillo del complejo: Hohenschwangau. Unas vistas que te hacen detenerte unos minutos, pero que si además coinciden con un atardecer te pueden deparar horas. Además, este lugar lo usaríamos como centro de operaciones de nuestras fotos saltarinas en el castillo, pero eso sería tras llegar al Marienbrucke y comer en sus inmediaciones.

Vistas desde el mirador de Neuschwanstein

La llegada al Marienbrucke siempre depara emoción, porque el puente te recibe con sus peldaños de madera dispuesto a ofrecerte la mejor visión del Castillo de Neuschwanstein, pero dar el primer paso nunca supone un reto fácil para ciertas personas (principalmente con vértigo), pero al final (con ayuda) lo consiguen y no se arrepienten. ¡Es el momento de la visita!

Castillo de Neuschwanstein desde el Marienbrucke

Haces una foto, pero podrías hacer miles, no te cansas de verlo en todo su esplendor, en ese enclave, desde esa altura, instalado en ese puente, incluso te atreves a hacer fotos con más personas, el puente se mueve, pero ya todo te da igual, estás disfrutando y se te olvidan esos pequeños detalles, incluso hay quien se atrevió a hacer unos bocadillos allí mismo.

Con varias fotos en la mochila de los recuerdos dejamos el puente para comer unos deliciosos bocadillos de jamón serrano y unas cervezas, ¡qué lujazo! Bien alimentados y ante la mirada incrédula de los pocos visitantes que había, nos dispusimos a hacer la segunda tanda de fotos en el mirador; sin embargo, inocentes fotos, se convirtieron en fotos de referencia con una serie de fotos saltarinas entre las mejores del viaje. No hubo distinción, tod@s saltamos, mucho y bien. Y el resultado no pudo ser mejor. Comenzaba a caer el Sol anunciando la hora de vuelta. Deshicimos el camino de subida, cogiendo el clásico atajo hasta el parking, y volvimos a coger el coche que nos llevaría de vuelta a Innsbruck.

Para redondear el día, la hora azul nos pilló en pleno trayecto y con ella unas preciosas escenas que hacían confundir la ficción con la realidad, porque cruzamos el túnel que separa Alemania y Austria justo cuando el Sol se terminaba de esconder entre las montañas nevadas que volvíamos a ver. Volver a coger esa carretera sinuosa, con una bonita sintonía y ver aquel paisaje te hacía pensar que el viaje ya había merecido la pena y todavía quedaba cerrar el año en Innsbruck, pero eso es otra historia.