Conducir en Nueva Zelanda es un placer. Apenas hay tráfico, las carreteras están en buen estado y los paisajes que te rodean son más bonitos a cada kilómetro que pasa, pero realmente no sientes que estás en la Nueva Zelanda que estás buscando (ésa de lagos, montañas, colores y paisajes de cuento) hasta que no llegas a la isla sur y en concreto, al recorrido entre Christchurch a Wanaka, uno de lo más bonitos de nuestro viaje.
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Postales azules desde los lagos Tekapo y Pukaki.
Comenzamos el viaje sin mayor novedad en los paisajes, porque la salida de las grandes ciudades es igual en NZ o en Europa, no tienen nada reseñable. No es hasta la aparición de las glorias junto al asfalto cuando comienzas a sentir un cosquilleo en tu cuerpo de que algo grande va a pasar y, efectivamente, así es.
Entras en un carretera sinuosa y los paisajes empiezan a no darte respiro, cada uno supera al anterior, pero no es hasta la aparición de los alpes neozalendeses al fondo a los pies del lago Tekapo cuando dices «no puedo más», necesito parar y contemplar. Entonces paras una, otra, y hasta cinco veces en apenas 10 kilómetros.
La belleza no te da respiro, estás abrumado por tanto color, por tanta luz, porque los azules, verdes y blancos son puros o, al menos nunca habíamos visto algo parecido.
Las escenas no parecen reales, en los lagos el agua no se mueve, para que el reflejo de las montañas sea perfecto; los patos se mueven en armonía sin hacer ruido y las glorias te rodean. Una cálida brisa te acompaña en tus movimientos, pero tampoco quieres caminar mucho, parece que puedes romper algo en la postal.
Y tras Tekapo, aparece el lago Pukaki, de igual belleza que el anterior, de nuevo en un entorno privilegiado. Los verdes, azules y blancos brillan de manera especial, diferente, de nuevo es por efecto de la luz. Y la carretera comienza a ascender hasta Twizel, dejas atrás lagos y montañas para entrar en escenas propias del Señor de los Anillos, terrenos áridos, pero bellos. Realmente gusta conducir con estos paisajes de acompañantes entre buenas conversaciones.
Postales azules y verdes desde Wanaka.
Los kilómetros iban pasando lentamente hasta que llegamos a Wanaka, una ciudad pequeña y acogedora, sencilla pero rica, limpia y privilegiada, donde establecimos nuestro campo base por varios días para celebrar la Nochebuena y la Navidad.
Es una pequeña Suiza concentrada: montañas, lagos, casas, nivel de vida, barcos… sentimos que ha sido un gran acierto haber elegido este lugar.
En Diciembre, junto al lago, en Wanaka los atardeceres son infinitos, el Sol no quiere esconderse y estuvimos más de 2 horas esperando a que anocheciera y llegara la hora azul sin conseguirlo. Al día siguiente volvimos a intentarlo, sin éxito de nuevo, nunca un atardecer había sido tan largo… y bello.
El entorno del lago que da nombre a la ciudad, Wanaka, es espectacular y, además, está bien pensado con senderos, bancos y zonas verdes repartidas a partes iguales.
Por Wanaka puedes caminar kilómetros y kilómetros por sus caminos y olvidarte del transporte terrestre.
Las mejores vistas del entorno se obtienen desde el Monte Iron, al cual se puede acceder por un sendero a apenas 2 kilómetros de la ciudad. La subida no es demasiado exigente, unos 45 minutos, pero tiene alguna pendiente que requiere buena condición física.
El recorrido es circular, por lo que se recomienda (nosotros no lo hicimos por falta de tiempo) subir por un lado y bajar por el otro.
La recompensa final en la cima del monte bien merece la pena el esfuerzo de la subida. Es uno de los lugares más bonitos que he visto nunca, poder ver ese entorno en 360 grados es algo increíble. El lago Wanaka y los alpes por un lado y el lago Hawea por el otro. Una postal para tu retina.
La postal blanca: Nochebuena en Wanaka.
La celebración del día de Nochebuena fue especial, por la compañía, por el lugar y por ser la primera en pasarla fuera de casa, pero aún lo fue más por el menú que elegimos para la cena. Había soñado muchas veces con pasar este momento en el hemisferio Sur, pero nunca pensé en hacerlo en Nueva Zelanda haciendo una barbacoa de pescado y verduras en pantalón corto… sorpresas que te dan la vida, los lugares y los viajes.
Para la ocasión elegimos y cocinamos un salmón, acompañado de espárragos y ensalada de gambas, regado con los mejores vinos de la zona, y terminando con un carrot cake que estaba delicioso. Un menú de 10.
Cuando nos fuimos de Wanaka sentí que dejaba parte de mí allí por no haberme bañado en su lago, pero lo que no sabía es que iba a poder recuperarla después. Días más tarde, en un largo viaje que emprendimos desde Queenstown, hicimos una breve parada en Wanaka para bañarnos en su lago en un día soleado y memorable.
Ahí cerramos el círculo con un lugar y un entorno que quedará guardado para siempre en nuestros corazones y desde el cual mandé muchas postales con mi mente y quería ahora pasarlas a otro formato, más permanente, para poder compartirlas con tod@s vosotr@s.
Que bonito,las quiero todas las postales,besos.
Seguro que alguna postal tendrás a mi vuelta y con dedicatoria incluida 🙂 Un beso.
Alejo, está claro que si algún día piso Nueva Zelanda me volveré loco haciendo fotos Wowowowow!!!!!
Un abrazo
Nueva Zelanda es un destino para volverte loco e intentar agotar el visado para poder verlo todo y hacer miles de fotos. La otra opción es quedarse allí a vivir 🙂
Gracias por comentar. Un abrazo!!