Hay ciudades que te cautivan, ya sea por su gente, por su olor, por su estructura, por sus monumentos… que permanecen en tu memoria, por algún motivo y siempre que escuchas a alguien referirse a ella te hacen sonreír. Eso me sucede con Kyoto (Kioto), que todos los recuerdos que tengo son tan buenos, que no paro de pensar en ellos, porque tuvimos la suerte de disfrutar de una ciudad mágica, pero de una forma especial.
Más allá de todos sus templos, que sino son los más bonitos de Japón (tema de amplio debate por ser subjetivo), sí son, seguro, los que más impresionados te dejan.
Primero descubrimos la maravilla: El templo de Kiyomizu-dera, una lugar extraordinario, que no sólo por su ubicación, por su construcción, sino por el recinto en sí, donde cada rinconcito guarda una historia apasionante por descubrir. No fue una visita normal, fue cumplir un sueño, poder estar en ese lugar del que tantas fotos habías visto y nunca pensaste que podrías llegar…
Al día siguiente, descubrimos Kinkakuji, el Templo Dorado, donde sientes que has llegado a un cuento, a un lugar del que no quieres escapar y donde tu cámara sólo siente el deseo de disparar una foto tras otra. El lugar es tan idílico, que incluso se dice que está todo diseñado ‘artificialmente’. Sea así o no, es de los lugares más bonitos que he estado nunca.
Y tras disfrutar del dorado, pasamos a la plata: Ginkakuji, otra maravilla, donde el recinto que lo acompaña te impresiona tanto o más que el templo. Otro lugar pensando para que retrocedas muchos siglos atrás, te relajes y disfrutes del momento.
Otra de las maravillas de Kyoto es que es el punto de partida perfecto para visitar Nara, ciudad de encanto especial con espléndidos templos y ciervos por la calle, y Fushimi Inari, donde está el mayor número de toris del mundo.
Sin embargo, quería hablar del alojamiento y comida en Kyoto, donde tuvimos la suerte de disfrutar de dos experiencias únicas e inolvidables.
Al ser Kyoto una ciudad que recibe miles de turistas al año, su oferta de alojamiento es muy amplia y variada, pero tras alojarnos en un hotel ‘occidentalizado’ en Tokyo, quisimos probar cómo era un Ryokan, para conocer lo que era auténtico y poder dormir en el suelo, andar descalzos y sentarnos en sillas que no tenían patas. Tras éste, en Miyajima fuimos todavía un paso más allá…
La experiencia no pudo ser mejor y el ‘Matsubaya Inn’, fue una elección extraordinaria, donde nos trataron de maravilla (incluso hablan inglés) y pudimos sentirnos plenamente japoneses durante nuestras 3 noches allí. La habitación era muy acogedora, donde teníamos de todo: mesa, sillas (sin patas), tv, tetera, aire acondicionado/calefacción, terraza, cuarto de baño, armario y ¿cama? Quien dijo cama, dos futones con sus mantas estaban allí esperándonos y la experiencia no pudo ser mejor, ¡que comodidad! Llegar tras un largo día caminando por la ciudad, ponerte tu kimono y dormir en un futón, es de las mejores experiencias que se pueden vivir.
Si vais a Kyoto, no lo dudéis, es una gran elección (quizás pelín cara para algunos bolsillos, pero merece mucho la pena), además está situado a escasos 10 minutos de la estación de tren de la ciudad, punto neurálgico de la misma, donde podréis tomar todos los autobuses necesarios para visitar los puntos más importantes.
La comida en Kyoto fue otra de las grandes sorpresas que nos tenía preparada el viaje. En Tokyo habíamos conocido días atrás a una pareja de españoles (Manuel y Gema), con los que pudimos quedar en Kyoto días después, para vernos la tarde-noche del 6 de Enero para visitar la Kyoto Tower y cenar. La cosa no pudo salir mejor… Desde la Kyoto Tower pudimos ver las mejores vistas de la ciudad y ver con nuestros propios ojos donde se situaban cada uno de los templos, castillos y monumentos más importantes de la ciudad. Parece pequeña la ciudad, pero cuando subes allí te das cuenta de su verdadera dimensión y es grande, tanto que la vista no te da para poder verlo todo…
Tras conocer mejor la ciudad, era la hora de cenar, así que sin rumbo fijo dimos varias vueltas por el entorno de la torre y la estación, unos 30 minutos después y algunas opciones descartadas, decidimos entrar en un lugar y ¡qué sitio! No pudo ser mejor elección.
Al entrar, vimos una pequeña barra llena de ‘locales’ y preguntamos (como pudimos) si nos darían de cenar a 4 españoles simpáticos que tenían mucha hambre y la respuesta fue una clásica japonesa: reverencia, amabilidad, que nos quitáramos los zapatos y subiésemos unas escaleras empinadas. Allí estaba el salón y para nuestra sorpresa estaba vacío, completamente. Teníamos una reserva privada para 4 y nosotros sin saberlo…
Así que nos sentamos a ambos lados de la mesa, que no era mesa, era una gran plancha, donde se conservarían los platos calientes durante la cena. Otra agradable sorpresa. Así que era momento de elegir los platos, decidimos 2 clásicos: Yakisoba (ternera y pollo) y Okonomiyaki, todo ello regado por unas cervezas locales que sentaron de maravilla. Cuando vimos aparecer a nuestro amigo, el camarero, con los platos y ponerlos en la plancha, fue increíble.
Qué bueno estaba todo, así que tras cenar, seguimos arreglando el mundo, porque tuvimos una conversación muy interesantes sobre viajes, trabajos y la vida en general. No sin antes recorrer medio mundo, decidimos pedir un poco de Sake caliente para dar el punto adecuado a la noche. Allí pasamos casi 3 horas… y sobre las 23:30 decidimos irnos porque pensábamos que era muy tarde para ellos. Vaya que si lo era, llevaban 30 minutos con todo el bar recogido esperando a que nos fuéramos, pero nadie subió a decirnos nada: la clásica cortesía japonesa. El precio fue lo de menos, pero creo recordar que fue barato.
Tras ponernos de nuevos los zapatos, nos despedimos de los amables dueños y, ya en la puerta, decidimos que debíamos volver a entrar para inmortalizar aquel momento. Así surgió esta foto (para mí una de las mejores de todo el viaje):
Nos despedimos de Manuel y Gema, hablando de Bali, Indonesia, Hong Kong y sueños por cumplir. De momento, alguno hemos cumplido, pero no supimos que ese momento estaba siendo grabado para siempre en alguno de nosotros… Kyoto y su magia especial aún darían más momentos, pero eso será otra historia.